martes, 30 de marzo de 2010

él se va

dos minutos

Adiós y se tomó el colectivo
y se fue para la gran ciudad.
La arboleda quedo atrás
y el tiempo que se va.
No vuelve nunca más.
Y él se va, se va, se va, no vuelve más.
Y él se va, se va se va, no vuelve más.
La arboleda quedo atrás
y el tiempo que se va.
No vuelve nunca más.
Un perro tal vez para jugar,
una nueva piel para el final.
Y él se va, se va, se va, no vuelve más.
Y él se va, se va se va, no vuelve más.

viernes, 26 de marzo de 2010

IX

Sobre un pasaje de tren:
”No me busques.”
no nos dimos nada más, sólo un buen gesto.

jueves, 25 de marzo de 2010

corro descalzo sobre la arena,
escapate desde mí.

24/3/2010

las demás fotos (las que más me gustan en realidad, y que siguen una línea) estarán en el flickr pronto. esto es una especie de popurrí de situaciones que ví durante la marcha.






































rodolfo walsh. tómense un minutito para leerla.

29 de diciembre de 1976

Carta a mis Amigos

Por Rodolfo Walsh

Hoy se cumplen tres meses de la muerte de mi hija, María Victoria, después de un combate con las fuerzas del Ejército. Sé que la mayoría de aquellos que la conocieron la lloraron. Otros, que han sido mis amigos o me han conocido de lejos, hubieran querido hacerme llegar una voz de consuelo. Me dirijo a ellos para agradecerles pero también para explicarles cómo murió Vicki y por qué murió.

El comunicado del Ejercito que publicaron los diarios no difiere demasiado, en esta oportunidad, de los hechos. Efectivamente, Vicki era Oficial 2º de la Organización Montoneros, responsable de la Prensa Sindical, y su nombre de guerra era Hilda. Efectivamente estaba reunida ese día con cuatro miembros de la Secretaría Política que combatieron y murieron con ella.

La forma en que ingresó en Montoneros no la conozco en detalle. A la edad de 22 años, edad de su probable ingreso, se distinguía por decisiones firmes y claras. Por esa época empezó a trabajar en el Diario "La Opinión" y en un tiempo muy breve se convirtió en periodista. El periodismo no le interesaba. Sus compañeros la eligieron delegada sindical. Como tal debió enfrentar en un conflicto difícil al director del diario, Jacobo Timerman, a quien despreciaba profundamente. El conflicto se perdió y cuando Timerman empezó a denunciar como guerrilleros a sus propios periodistas, ella pidió licencia y no volvió más.

Fue a militar a una villa miseria. Era su primer contacto con la pobreza extrema en cuyo nombre combatía. Salió de esa experiencia convertida a un ascetismo que impresionaba. Su marido, Emiliano Costa, fué detenido a principios de 1975 y no lo vio más. La hija de ambos nació poco después. EL último año de mi hija fue muy duro. El sentido del deber la llevó a relegar toda gratificación individual, a empeñarse mucho más allá de sus fuerzas físicas. Como tantos muchachos que repentinamente se volvieron adultos, anduvo a los saltos, huyendo de casa en casa. No se quejaba, sólo su sonrisa se volvía un poco más desvaída. En las últimas semanas varios de sus compañeros fueron muertos: no pudo detenerse a llorarlos. La embargaba una terrible urgencia por crear medios de comunicación en el frente sindical que era su responsabilidad.

Nos veíamos una vez por semana; cada quince días. Eran entrevistas cortas, caminando por la calle, quizás diez minutos en el banco de una plaza. Hacíamos planes para vivir juntos, para tener una casa donde hablar, recordar, estar juntos en silencio. Presentíamos, sin embargo, que eso no iba a ocurrir, que uno de esos fugaces encuentros iba a ser el último, y nos despedimos simulando valor, consolándonos de la anticipada pérdida.

Mi hija estaba dispuesta a no entregarse con vida. Era una decisión madurada, razonada. Conocía, por infinidad de testimonios, el trato que dispensan los militares y marinos a quienes tienen la desgracia de caer prisioneros: el despellejamiento en vida, la mutilación de miembros, la tortura sin límite en el tiempo ni en el método, que procura al mismo tiempo la degradación moral, la delación. Sabía perfectamente que en una guerra de esas características, el pecado no era hablar, sino caer. Llevaba siempre encima la pastilla de cianuro -la misma con la que se mató nuestro amigo Paco Urondo-, con la que tantos otros han obtenido una última victoria sobre la barbarie.

El 28 de septiembre, cuando entró en la casa de la calle Corro, cumplía 26 años. Llevaba en sus brazos a su hija porque en último momento no encontró con quién dejarla. Se acostó con ella, en camisón. Usaba unos absurdos camisones largos que siempre le quedaban grandes.

A las siete del 29 la despertaron los altavoces del Ejército, los primeros tiros. Siguiendo el plan de defensa acordado, subió a la terraza con el secretario político Molina, mientras Coronel, Salame y Beltrán respondían al fuego desde la planta baja. He visto la escena con sus ojos: la terraza sobre las casas bajas, el cielo amaneciendo, y el cerco. El cerco de 150 hombres, los FAP emplazados, el tanque. Me ha llegado el testimonio de uno de esos hombres, un conscripto: "El combate duró más de una hora y media. Un hombre y una muchacha tiraban desde arriba, nos llamó la atención porque cada vez que tiraban una ráfaga y nosotros nos zambullíamos, ella se reía."

He tratado de entender esa risa. La metralleta era una Halcón y mi hija nunca había tirado con ella, aunque conociera su manejo, por las clases de instrucción. Las cosas nuevas, sorprendentes, siempre la hicieron reír. Sin duda era nuevo y sorprendente para ella que ante una simple pulsación del dedo brotara una ráfaga y que ante esa ráfaga 150 hombres se zambulleran sobre los adoquines, empezando por el coronel Roualdes, jefe del operativo.

A los camiones y el tanque se sumó un helicóptero que giraba alrededor de la terraza, contenido por el fuego.

"De pronto -dice el soldado- hubo un silencio. La muchacha dejó la metralleta, se asomó de pie sobre el parapeto y abrió los brazos. Dejamos de tirar sin que nadie lo ordenara y pudimos verla bien. Era flaquita, tenía el pelo corto y estaba en camisón. Empezó a hablarnos en voz alta pero muy tranquila. No recuerdo todo lo que dijo. Pero recuerdo la última frase, en realidad no me deja dormir. -Ustedes no nos matan -dijo-, nosotros elegimos morir. Entonces ella y el hombre se llevaron una pistola a la sien y se mataron enfrente de todos nosotros."

Abajo ya no había resistencia. El coronel abrió la puerta y tiró una granada. Después entraron los oficiales. Encontraron una nena de algo más de un año, sentadita en una cama, y cinco cadáveres.

En el tiempo transcurrido he reflexionado sobre esa muerte. Me he preguntado si mi hija, si todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota desde lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Vicki pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella, vivió para otros, y esos otros son millones. Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy quien renace de ella.

Esto es lo que quería decirle a mis amigos y lo que desearían que ellos transmitieran a otros por los medios que su bondad les dicte.

pabellón 3
















jueves, 18 de marzo de 2010

pabellón 3

uno de mis nuevos lugares de estudio. me encannnta.
(qué gracioso el símbolo de cuernitos sobre la cabeza de pau, lo vimos en el lcd de la cámara segundos después)
























































domingo, 14 de marzo de 2010

massacre

Misión depresión

No dejes que ésto nos separe
es al silencio a quien debemos adaptar.
No mires más, no corras tanto riesgo
no esperes más y empezá a soñar
con un planeta nuevo.
Basta una imagen
para llorar y no cambiar,
¿no ves al mundo sufrir?
¿sentís la tierra morir?
callar, los peces sin el mar.

No esperes más
para enterrar al mundo viejo,
no esperes más
el fin no está tan lejos.

Misión depresión
y nuestra casa que se mueve.
Misión decisión es que
mi sueño sea el nuestro.
Misión depresión en esta
tierra que se muere...

Sin alambres, sin banderas
en la huerta para todos hay lugar,
no callemos más,
olvidar puede matarnos
no quiero caer, otra vez.

No dejes que ésto nos separe.

sábado, 13 de marzo de 2010

idem post anterior

Hoy somos los nuevos hombres venidos de una resurrección de vida. Templados como el acero potente iremos al encuentro de nuevas victorias para afirmar nuestro derecho a la vida, a nuestro libre vivir. Y así completar el ciclo de nuevas resurrecciones, hasta que la existencia no sea estrangulada, y entonces sí poder enterrar a la materia.

mismo autor que el post anterior.
pista: carta número 23 (de las que se pudieron recopilar) a América Scarfó.

do it yourself

Vivir en monotonía las horas mohosas de lo adocenado, de los resignados, de los acomodados, de las conveniencias, no es vivir la vida, es solamente vegetar y transformar en forma ambulante una masa informe de carne y de huesos. A la vida es necesario brindarle la elevación exquisita de la rebelión del brazo y de la mente.

Nivangio Donisvere (pseudónimo y, a su vez, anagrama del nombre del autor. quien lo descubra se gana unas entradas para el bafweek 2007, ja)
aquí comienza el nuevo blog (otramanera-decontar reloaded), esperemos que no muera como el anterior por problemas con el señor Juan Blog.