jueves, 27 de mayo de 2010

La rebelión contra la influencia de la sociedad resulta mucho más difícil para el individuo que la rebelión contra el Estado, aún cuando sea con frecuencia tan necesaria como ésta. De hecho, la tiranía social, que a menudo es aplastante y funesta, no reviste la forma violenta y despótica que caracteriza al poder del Estado. Su acción es más tácita, suave y subrepticia, pero al mismo tiempo más profunda y potente que la del Estado. Se ejerce a través de las costumbres, los hábitos, las tradiciones, los prejuicios, las valoraciones y constituye lo que se suele denominar ‘opinión pública’. Rodea y abraza al individuo desde que éste nace hasta más allá de su muerte; configura su existencia y, en este sentido, puede decirse que cada hombre es un cómplice de sí mismo. Y lo más grave de todo esto es quizás el hecho de que tan tremenda y avasallante influencia, precisamente por ser tal, no suele llegar siquiera al nivel de la conciencia. Revelarse contra la influencia de la sociedad supone, pues, rebelarse contra sí mismo.


Fragmento de un ensayo de Capelletti sobre Mijail Bakunin.

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